lunes, 19 de agosto de 2019

Confesiones XIII

Últimamente he tenido muchos problemas. He vivido estos últimos meses sintiendo que vivía en un efecto dominó en el que se sucedían cosas malas, una tras otra, y sin parar. No sabía de dónde agarrarme, no sabía de dónde sostenerme, y empecé a hundirme yo sola. Hacia abajo, y más abajo, y más y más y más. Sin darme cuenta, que al hacer eso también estaba causando el que yo me perdiera a mí misma.

No fui consciente que estaba dejando de ser yo, esa chica alegre, risueña, inocente, buena hasta la médula, que se hace amiga de todo el mundo. Esa niña encerrada en el cuerpo de una mujer que está para cuando la necesitas. Pero ya no estaba, porque no estaba ni si quiera para mi.

Hace dos días un amigo necesitaba hablar y, causas aparte, la llamada de emergencia hizo que en mi cerebro sonara un "clic" que me convirtió un poco en mí misma. Verle llorar, temblar, sentir que se está perdiendo a sí mismo porque la vida le está superando, me recordó mucho a mi, y lo único que quería era ayudarle. Y ahí, justo ahí, volví a ser quien soy.

Siempre he querido que me vieran como la amiga que está disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana, para quien sea y donde sea. Y me daba igual recorrerme medio mundo, si realmente alguien lo necesitaba y lo merecía. El problema es que el discurso de "tienes que empezar a ser un poco más egoísta" me lo he llegado a creer tanto, que he acabado sobrepasando un límite que no quería cruzar, llegando a dejar de ser yo.

El hecho de haber vivido fuera, haber viajado, conocido otros lugares, vivir la traición y la decepción, dejar a quien en su momento fue la persona más importante de mi vida, sufrir muchas pérdidas... Todo eso me ha hecho crecer y madurar, pero siempre me he sentido orgullosa de quién y cómo era, y por mucho que madure, eso no quiero que cambie nunca.

He hecho cosas que no me gustan, he hecho daño a gente que no se lo merecía y he dado de más a quien tampoco, le he dado muchas oportunidades a quienes no han sabido aprovecharlas, y sigo aguantando y viendo cosas que no me merezco. Pero, a partir de ahora, voy a intentar ser yo con todas sus consecuencias, para no defraudarme a mí misma.


Cimientos que crujen cuando vuelven a asentar.
Lamento la falta de cordura y de piedad,
necesitábamos aliento
para coger impulso y despegar.
Es volver a nacer cada vez que me quema tu piel,
ojalá que febrero hubiera llegado hace un mes.
Es volver a saber con certeza que todo irá bien,
que estamos enteros y que siempre caemos de pie.
- Despistaos

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