domingo, 25 de octubre de 2015

Confesiones II.

Hay momentos en la vida en los que te sientes sola. Y puede que no lo estés, que tengas a mucha gente alrededor que te quiere y te apoya siempre que lo pides. Pero el problema es que tú no dices nada cuando tu interior te dice a gritos que pidas ayuda.
Seguramente a muchos os parecerá un tanto contradictorio, porque si estás mal y necesitas algo lo lógico es pedirles ayuda a los tuyos. Mi problema es que me da miedo abrirme, me da miedo mostrar realmente todo lo que quiero decir y gritar, porque pienso que la gente sería capaz de asustarse y huir de mi y ese pensamiento me acojona más que cualquier otro.
Me da demasiado miedo la soledad, la soledad absoluta. No tener nunca a nadie con quien salir, cotillear o simplemente hacer el tonto, porque esos momentos son los que realmente me dan la vida. Si algún día no tengo a nadie con quien compartir esos momentos y olvidarme por un segundo de toda mi oscuridad, ahí si que me hundiría en el fango más profundo para no poder volver a salir nunca.

sábado, 4 de abril de 2015

Confesiones.

Muchas veces sientes ser la última persona a la cola del mundo, que parece que la gente pasa a tu lado rozándote y que tú para ellos eres solo viento.
Ser invisible muchas veces es una ventaja, pero otras duele.
Duele querer a la gente de tal forma que llegue a dolerte el pecho, pero que luego ellos no se acuerden de llamarte el día de tu cumpleaños.
Que me de igual lo que la gente diga, dicen, pero sentir soledad en esta sociedad es bastante jodido.

jueves, 26 de febrero de 2015

NUEVE.

El nueve es un número que en mi vida puede significar tanto que a veces hasta me asusta.

Porque tres días nueve son fechas señaladas en mi calendario, porque esos tres días perdí un poquito de mi cuando tuve que decirles adiós a tres de los importantes y eso no se olvida.

Porque a mis nueve años empecé a ser adulta, empecé a comprender muchas cosas y empecé a temerle a la palabra 'muerte', o más bien a lo que significaba.
Comprendí que no somos inmortales, y qué dolor es darse cuenta con la edad de la inocencia.

Y aunque parezca algo contradictorio, el nueve se puede considerar mi número de la suerte.

Porque el nueve me ha hecho más fuerte y valiente, me ha hecho ser quién soy ahora, y eso se lo tengo que agradecer.

lunes, 23 de febrero de 2015

El mejor de los mejores.

No estaba preparada para perderte.
Se suponía que estarías aquí en mi graduación, se suponía que discutiríamos sobre los planes de mi boda, y se suponía que tendríamos años y años de cenas de cumpleaños y navidades y viajes para hacer por todo el mundo.
Quería (Quiero) todo eso. Quería (Quiero) que vivas para mi. Y sé que es egoísta, pero es la verdad.

martes, 20 de enero de 2015

Un tal nueve de abril de un año bisiesto.

Sinceramente, no sé muy bien como empezar esto. No sé como expresar lo que siento ahora mismo. Es como una puñalada que se te clava en el pecho cada vez que recuerdas que él ya no va a volver contigo. Recuerdos y momentos que te vienen a la mente y detrás un dolor indescriptible. Parece ahogarte a veces, y solo puedes quitarte al llorar.
Si, puede que a él no le hubiera gustado que yo, la niña de sus ojos y su mano derecha, estuviera así. Pero no puedo hacer otra cosa. Me han quitado lo que más quería. Ese hombre que siempre creyó en mi cuando los demás no lo hacían, el que me hacía reír cuando estaba en un mal momento, una de las personas más cabezotas y enfadicas del mundo (de tal palo, tal astilla), ese que me cogía y me hacía cosquillas hasta que terminaba llorando de la risa. Cuando me regañaba por cosas que no tenían ningún sentido, y luego se ponía a gritar por la casa como un loco cuando nadie le estaba haciendo caso. O cuando se ponía en el salón su música ochentera de aquella movida madrileña (a la que amo, por otra parte) y con un sensual movimiento de caderas bailaba por toda la casa conmigo sobre sus pies. Su pasión por la cocina, y el mío por comer, se compenetraban a la perfección. O incluso los derbis Real Madrid-Atleti que siempre acabábamos discutiendo y gritando (él era el sufridor, obviamente) pero que al final siempre acababa sufriendo yo con el equipo rojiblanco, al que le tengo un cariño especial.  Así podría seguir, con miles y miles de sus manías irritantes.
Pero lo que más echo de menos son sus abrazos, sus besos. Ya no puedo dormir tranquila, no desde que su voz no me dice lo de "Hasta mañana. Que duermas bien y que sueñes con los angelitos" seguido de un beso en la frente.
Y es que hay una enfermedad, una puta enfermedad llamada cáncer que se lo ha llevado por delante, después de años y años de luchar contra ella, al final ha podido con él.
Cada objeto, cada acción, cada persona me recuerda demasiado a él. Nunca voy a desprenderme de esta añoranza, lo sé, pero aprenderé a vivir con ella.
Él no querría que yo estuviera llorando por las esquinas, y no lo hago. Sonará un poco egocéntrico pero, en estos momentos soy la única que puede animar a esta familia destrozada. Solo necesitan mi sonrisa para saber que todo va a ir bien, necesitan verme entera y fuerte.
Nos quedaron muchos momentos por vivir: Mi graduación, mis primeros días de universidad y mis noches en vela estudiando, el hacer de padre protector cada vez que trajera un novio a casa, mis hijos... Y ese momento que, para mi, es de las cosas más bonitas. Mi boda.
Nadie me llevará ahora hacia el altar, yo quería ir agarrada de tu mano, mirándome y diciéndome "Todo va a salir bien, no te voy a dejar caer". Desde que soy una enana he soñado con tener la boda perfecta, ahora ya si mis sueños se pueden cumplir porque tú te has ido. ¿Suena muy egoísta? Puede. Pero también es egoísta quitarle un padre a una niña de 16 años, desde mi punto de vista.
Puede que esté enfadada con el mundo, con él, conmigo misma por no haber estado más tiempo a su lado, con los médicos por no haberle dejado aquí...
Te necesito, ahora más que nunca, y no estás. No vas a estar, lo sé. Pero no puedo evitar llorar cuando estoy sola y la casa, tu casa, se me echa encima.
Esto no es una despedida, no quiero que lo sea. Quiero que él esté conmigo, siempre. Cada hora, minuto y segundo de mi vida le llevaré conmigo. Y, aunque no le vea, sentiré sus abrazos, sus broncas y sus risas.

Papá, gracias por todo lo que hiciste por mi, por luchar por estar a mi lado, por ser aquella chispa que llenó mi vida. Gracias por ser el mejor padre del mundo.

Te quiero y te querré, siempre.