jueves, 27 de junio de 2019

Confesiones XI

Supongo que es fácil acordarse solo de lo bonito con el paso del tiempo, y querer pensar que él ha cambiado y que podría volver a ser igual de bonito que como lo recuerdas.

Puedes pensar en las tardes tirados en la cama riendo como si no hubiera un mañana, o los maratones de series con palomitas de por las noches, o los abrazos que te daba cuando estallabas a llorar y no podías parar.
Puedes creer que, tal vez, vuelvan esas risas continuas y esos chistes malos que te hacían tanta gracia, o esas noches de borracheras absurdas en las que se te declaraba y te decía que eras lo mejor que le había pasado en la vida, o esos paseos en coche mientras hablabais sobre cosas importante, o sobre miles de chorradas.
Puedes pensar que ha cambiado, que te vuelve a mirar con esos ojos tiernos con los que te miraba hace un tiempo. Puede parecer que todo podría volver a ser como antes, bonito y feliz.

Pero, además, debes acordarte del daño, de las noches llorando, de la decepción. No debes olvidarte que, al fin y al cabo, se terminó por algo. No por falta de amor, ni por falta de tiempo, más bien porque se rompió la confianza.

¿Y podrías volver a confiar en él? ¿Y de verdad te lo estás planteando?

Pues puede que si, que me lo esté planteando. Porque a lo mejor he vuelto a ver en sus ojos ese brillo del que me enamoré hace unos años, esa sonrisa y esas idas de olla que no llegaban a ser locura. He vuelto a verlo como antes de que todo se fuera a la mierda.

O puede que no, tal vez solo necesite a alguien que me conoce y que quiera darme cobijo mientras paso esta tormenta que me está tocando vivir ahora. Porque a lo mejor solo he visto lo que quería ver, y en realidad no ha cambiado nada.

En cualquiera de los casos, el tiempo lo dirá, y todo parece estar en un 50-50.

miércoles, 12 de junio de 2019

"Si el orgullo viene de herencia, el mío llevará tus iniciales"


“¿Dónde está tu padre?”, me pregunta. Cuatro palabras que se me clavan como si fueran cuatro puñales en la espalda.
“Tenía claustro, yaya, tiene que corregir muchos exámenes y no ha podido venir, pero te manda un beso”, la contesto, intentando que no se dé cuenta de que estoy a punto de echarme a llorar.
“Este hijo mío, siempre está ocupado”, responde.
Mientras sigue hablando, sin yo darle importancia, mi cabeza piensa en otras cosas.

No, no siempre estaba ocupado. Siempre estaba para mí, pasara lo que pasara. No sé si era porque su trabajo consistía en tratar con adolescentes perdidos, o porque era mi padre, pero me entendía como no lo ha hecho nunca nadie.
Cuando me pongo a mirar fotos le veo feliz, sonriendo, como diciéndole a la vida que no podría con él. Al final pudo, y se lo llevó por delante arrasando con todo lo que tenía a su alrededor. Y no era poco, tenía una familia que le quería con locura y amigos que no podía contar ni con una ni con dos manos, porque eran muchos, y auténticos.

Hoy las fotos que he mirado eran mías. Hoy le he enseñado a mi abuela que su nieta, al igual que lo hizo antes su hijo, va a conseguir graduarse en la universidad. Está tan orgullosa que no le cabe la emoción en el cuerpo. Después, vuelvo a mirar mi foto, y no puedo sonreír porque él no está aquí para verla.
Supongo que pensaréis que qué absurdo, ¿no? He aprobado, lo he conseguido, ya casi soy graduada, tendría que estar feliz y tranquila. Pero no, nunca estos momentos llegan a ser felices del todo, porque siempre me faltará alguien.
Cuando era pequeña, mi padre y yo hablábamos mucho del futuro, de qué quería hacer, de cómo lo íbamos a vivir. Hablamos de la graduación del instituto, y de lo mucho que me apoyaría cuando tuviera que hacer selectividad, porque sabía que era una época muy difícil para un estudiante. Sin embargo, tuve que conformarme con el susurro de mi profesor de historia mientras me daba el diploma de bachillerato: “Tu padre estaría muy orgulloso de ti”.
También quería acompañarme el primer día de universidad, cogerme de la mano para demostrarme que no me caería mientras él me sujetara. Aunque él sabía que yo no necesitaba a nadie que me sostuviera, siempre supe hacerlo yo sola, y creía que podría conseguirlo todo si me lo proponía. Y así lo he hecho, pero él no está aquí para verlo.

Ahora son sus amigos los que no paran de mandarme mensajes de felicitación, y me recuerdan eso de “de tal palo, tal astilla”. A él también le apasionaba aprender, vivir, y escribir, así que se podría decir que soy su viva imagen en algunos aspectos. Y me emociona sentirme tan arropada por ellos, pero nunca será igual que si me arropara él.

Este texto no tiene ningún sentido, simplemente son los pensamientos que se me han pasado por la cabeza cuando me he puesto a llorar con mi madre en el coche, y me ha dicho la frase que ya me dijeron hace unos años: “Tu padre estaría muy orgulloso de ti”. Y mientras esta sea la constante de mi vida, no me arrepentiré de nada.


Jamás podré olvidar lo mucho que aprendí,
siempre hay algo que soñar o por lo cual luchar, 
tú me hiciste crecer así.
Me diste alas con que volar a reinos que ahora debo hallar,
aún hay cielos que navegar.
Hoy late en mi lo que hubo en ti, tu corazón audaz.