lunes, 25 de mayo de 2020

Confesiones XXVI

Escribo esto desde un sofá sintiéndome un poco abandonada, un poco traicionada, y un poco una mierda.
No puedo llegar a entender, y nunca entenderé, que una madre ponga siempre a alguien por delante de sus hijos. Pero, por mucho que no lo entienda, ocurre, y me ocurre a mí.
Cómo una persona egocéntrica, egoísta, inmadura e irresponsable puede manipular de una manera tan perfecta y meticulosa a otra. Y cómo esa otra, después de todo lo que ha pasado, sigue prefiriento estar con él por no estar sola porque jamás lo ha estado.
Al final todo tiene sentido, porque cómo voy a pensar que alguien quiera escogerme a mí como primera opción, si ni mi propia madre lo hace. Si ni mi casa es mi casa, cómo voy a ser capaz de encontrar un hogar en otra persona. Cómo voy a ser capaz de formar una familia, si ya no me acuerdo qué se siente al tener una.
Estoy cansada de tener que ser la adulta, la madura, la que se porta bien.
¿De qué me ha servido estos últimos años? De noches infinitas llorando, de ataques de ansiedad, de enfados, de decepciones...
Ya no puedo más. He explotado y no hay vuelta atrás. Que sea lo que tenga que ser, y acabe donde tenga que acabar. Pero en esa casa no, nunca, jamás.