viernes, 3 de abril de 2020

Confesiones XXIV

El tiempo me está consumiendo lenta y dolorosamente, poco a poco. La cuarentena ha tocado posiblemente en la peor época del año. El día del padre, mi cumpleaños, el aniversario de su muerte... Todo encerrada en esta casa, que no es mi casa, y sin poder respirar.

Aquí no me dejan ser yo misma, solo puedo ser una imagen feliz e inocente de lo que soy fuera de estas cuatro paredes. Solo puedo ser atenta, cordial, y tener sentido del humor cada vez que se lanzan pullas al aire que se clavan como cuchillos cuando no puedes contestarlas. O si puedes, pero ardería Troya, y prefieres callarte ante un niñato de cinco años con pinta de tener 50, y seguir con tu vida.

Mi madre no me deja expresar lo que siento, supongo que porque tiene la inteligencia emocional de un guisante.  Porque decirle a tu hija, cuando te está contando sus dolores más profundos, que "si me quisieras no me dirías esto", es de no tener ni una gota de empatía dentro de tu cuerpo.

Pero luego soy yo la mala, la egoísta, la borde, la llorica, la que no supera. Después, pasan los días y todos hacemos como si no hubiera pasado nada, pero yo me rompo por dentro cada vez más y más. Y nadie se da cuenta, nadie oye mis gritos, nadie me ayuda. 

Quiero y necesito salir de aquí, necesito respirar. Esta casa es todo lo contrario a lo que denominaríamos como zona de confort, y yo ya no puedo más.

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